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viernes, 21 de noviembre de 2014

Deja para mañana lo que no te conviene hacer hoy

Me he cruzado con un señor cincuentón cuando me dirigía con mi perra al bosque que tú siempre escribes con faltas de ortografía. Olía igual que tú. Igual. O al menos como tú solías oler. A lo mejor ya no hueles igual, a lo mejor ya no tienes esa colonia de pijo capitalista (gracieta "privada"). Seguramente tienes otra más cara. Seguro que hueles incluso mejor, si es que eso es jodidamente posible, cosa que dudo seriamente. Pero eso da igual.

Después de mi monólogo interior durante el paseo con tu frase estrella "yo sólo quiero que tú estés bien" como protagonista, he llegado a casa pensando en ti, en el duendecillo y en Pablo Iglesias Turrión y me he dejado caer en el sofá derrotada.

¿Le escribo una de esas cartas que no se entregan para desahogarme?

¿Y si le escribo a él de verdad? No, mejor no. Eso sí que no tendría ningún sentido, ni lógica, ni objetivo.

¿Y qué hago para desahogarme?

Me recuesto, respiro hondo y miro al piano con el rabillo del ojo. Me vuelvo a vetar. Quizás hay cosas que es mejor no desahogar. No cuando tienes demasiadas obligaciones que cumplir. No cuando no puedes permitirte sentir que el sitio al que perteneces es la cama.

Quizás mañana. Quizás otro día. Quizás nunca.

Y así es cómo después de tantos meses, otra vez, me concedí más 15 minutos seguidos para pensar en ti. Hasta la próxima.