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sábado, 14 de septiembre de 2013

Cuando perdernos uno al otro es ganarnos a nosotros mismos, y viceversa.


  Me pregunto si tú sentirás esta sensación, como de pérdida. No, ¿verdad? Qué cosas tengo... sentir tú algo.

  Pero me pregunto si tú también, en algún rato muerto, te has puesto a analizar si has perdido o ganado algo y qué es lo que ha sido. Si estás mejor, si eres más feliz. Si, no sólo no me necesitas, sino que tu vida es más agradable ahora. Porque seguro que es más fácil.

  No me voy a enfadar, porque yo, a ratos, también estoy convencida de todo eso. Aunque he de reconocer que existen otros muchos momentos en los que la sensación de pérdida es insoportable. Momentos en los que pienso: "Sí, todo es más fácil sencillo ahora, pero yo le echo de menos". Y no encuentro demasiados motivos para ello, así que debe de ser simplemente que te quería. O te quiero. Quería al chico tímido y rarito que no sabía ni besar, que me sonreía como si yo fuera su sueño hecho realidad y me decía que las cosas me iban a empezar a salir bien. Al chico que se mataba a pajas en su casa antes y después de verme para que yo no pensara que sólo se acercaba a mí por sexo, para perder la virginidad de una vez, como decían sus amigos. Al chico que siempre llegaba tarde, que perdía las cosas y que se reía absolutamente de todas mis bromas y salidas irónicas, que conocía mis caras de cinismo y de incredulidad y cuando alguien decía una barbaridad, me buscaba con la mirada para encontrarlas. Y que me ayudaba a hacer las pancartas para ir a tocar los huevos a la plaza de toros el día de la fiesta grande. Ese niño que, en el rastro de Navidad, en los únicos puestos en los que se paraba era en los de cromos y juguetes, a ver los Gormiti, y que el día que le regalé el llavero de Perry, el ornitorrinco, se lo fue enseñando a todo el que se encontraba, a algunos hasta tres veces.

  Qué triste, ¿no crees? Seguir queriendo a alguien que ya no existe. Plantearte si de verdad existía o te diste cuenta de la realidad demasiado tarde. Sopesar la idea de que has tenido un porcentaje importante de la culpa en que su personalidad comenzara a cambiar.

  No sé si tú te preguntarás si todo volverá a la normalidad cuando pasemos más tiempo juntos ("pon cara de normal", me decías cuando volvíamos con el grupo después de liarnos a escondidas). No sé si te preguntarás si acaso va a suceder eso, el estar físicamente en el mismo lugar, tú y yo, más de media hora.

  No sé si te has parado a pensar que antes, cuando pasaban más de tres días sin comunicación, tú me decías que hacía "la hostia" que no hablábamos, o que qué me contaba, qué era de mi vida. Ahora es una excepción que hablemos siquiera una vez a la semana. ¿Tú piensas en si yo me acuerdo de ti? ¿En si te echo de menos? ¿En si a veces tengo ganas de contarte algo? ¿En si alguna vez abro tu ventanita en el teléfono, miro cuándo has estado conectado, pienso en decirte algo, pero luego la cierro? A lo mejor lo has hecho, aunque no, no creo.

  ¿Eres más feliz ahora, sin mí en tu mapa? ¿Piensas en todo esto?

  No sé si no le das importancia a nada, como otras veces (en verano siempre nos separamos para luego volver a repetir el bucle en invierno). No sé si te habrás planteado siquiera algo de esto, si le habrás dado vueltas. Pero seguro que no se te han hecho las 5 de la madrugada pensando en ello, como a mí anoche. Precisamente eso, sentir esa certeza de que tú no te acuerdas de mí como yo de ti, es lo que hace que, mientras me hago tantas preguntas, vuelva esa presión a mis sienes y a mi pecho.

Y así se me pasaron ayer las horas, mirando al techo.







Pongo el punto detrás de "pecho" y el ordenador entra en suspensión. Entonces voy al enchufe más cercano, donde tengo cargando el móvil, apagado. Ya está cargado. Lo enciendo. Tiene las 4 de la mañana, esa es la hora a la que lo apagué. Comienza a cargar y sale el icono del maldito bocadillo verde. "No creo que sea él", pienso, "no, no va a ser, Niebla, será el grupo de las chicas de clase, puesto que empezamos el lunes. Son ellas, seguro".

Pero no. Es él.

"Stas dspierta???"
14 de septiembre, 5:04 am.

Se me dibuja una sonrisa triste.





viernes, 13 de septiembre de 2013

Cómo conocí a vuestro padre: hacia la season finale (I)


Voz en off: "Cómo conocí a vuestro padre"

Hijos, seguro que os habéis estado preguntando qué ocurrió a principios del verano de 2013, justo antes de que me fuera a perfeccionar mi inglés más allá del muro. Pues bien, os lo voy a contar.

Como sabéis, el Hobbit y yo habíamos tenido una discusión en el bar de la tía Amy por su mala interpretación de una de mis bromas (con connotaciones sexuales). Esta discusión continuó por whatsapp, ese invento maléfico del que tantas veces os he hablado. En esas discusiones el Hobbit se perfiló como un auténtico dictador, como un cabrón anulador. Además, para poner todo de su parte, me acusaba de no saber beber y de que cada vez que bebía la montaba y solo había números y lloros. Yo me entristecí mucho y me decepcioné. Cuando enseñé esos whatsapp (por Facebook) a vuestra tía Amy, presente en el momento que desencadenó todo, se asustó y me dijo que cómo el Hobbit podía ser tan cruel, que no tenía razón, que era él quién estaba borrachísimo, que yo lloraba porque me dolían las cosas y eso era lo normal, no ser una piedra sin sentimientos como él. Y que ya era mayor para apechugar con sus errores y pedir perdón. También se lo enseñé a Juno y a mi mejor amiga de la infancia, para comprobar de una forma un poco más objetiva si sentirme tan dolida era una exageración mía o de Amy, que es muy como yo. Todas coincidieron con Amy. Todas le daban incluso más importancia que yo.

¿Me estáis escuchando, niños?


Te escuchamos, madre.

Pasé la semana siguiente dándole vueltas (domingolunesmartesmiércolesjueves y viernes) y decidí que tenía que terminar con él lo que fuera que tuviéramos, a no ser que me pidiera perdón de una forma en la que yo sintiera que realmente lo sentía y que él se estaba dando cuenta de lo que había hecho. Porque él ya no era el mismo. Y yo a ese él no lo quería.

Se acercaban las fiestas de mi pequeña ciudad y yo no sabía lo que iba a suceder. Era viernes y él llegaba de esa ciudad asquerosa para pasar aquí el fin de semana. Esa tarde teníamos que bajar al local a por las camisetas de la peña. No sé si recordaréis cuán fantástica era mi camiseta.

El caso es que se acercaba el momento antes de ver al Hobbit y nuestro último intercambio de mensajes por el invento infernal había sido el domingo anterior. Ahora que no nos ve nadie, os voy a enseñar los mensajes en el móvil y así me ahorro saliva.




Así había dado yo la conversación por terminada después de sus salidas de tiesto. Me había servido para darme cuenta de que el Hobbit se había convertido en un dictador que me echaba a mí la culpa de todo, la tuviera o no, porque yo era una persona emocionalmente débil cuando se trataba de él y él era un ser superior que controlaba sus sentimientos y emociones sin dejar que le dominasen, como a mí. Él todo lo hacía por algo y lo hacía bien.

Su contestación fueron las tres primeras lineas que están a continuación. "No entiende nada", pensé, "es como hablarle a una pared". Pero después de unas horas, no pude contenerme. Sabía que estaba en el tren a esa ciudad que lo ha absorbido e iba a tener que "oír" lo que quería decirle. Se lo iba a decir sosegada y desde el corazón, pero se lo iba a decir, porque estaba muy cansada. Estaba en un estado extraño, como se está en estas circunstancias, en las que no controlas muy bien lo que dices, haces o escribes, pero sentía que tenía que hacerlo y entonces escribí el resto del tocho:







Siempre me decía que no me consideraba una lerda, ni una loca, ni una niñata, ni que se consideraba superior a mí, pero las últimas conversaciones mostraban lo contrario.



Lo que creía que debía decirme era que "cada vez que salimos se monta y la culpa no es mía", que "si no sabes beber, no bebas", que "cuando te pongas así voy a pasar de ti" y que "tú sabrás lo que haces pero yo más numeritos, más movidas, más lloros y más rayadas no las quiero".



No me digáis que no es flipante... Yo con toda la seriedad, intentando ponerme en mi sitio y él que si el tío de al lado le estaba leyendo la conversación, "jaja". Para tirar el móvil por la ventana.

Pues eso: llegaba el momento de volver a vernos y no habíamos vuelto a hablar. Yo no sabía si él iba a hacer como si no pasara nada, me iba a escupir a la cara o me iba a pedir perdón. Otras veces habría apostado por lo primero, pero viendo cómo se estaba comportando últimamente, esta muy confusa.



Continuará...





miércoles, 11 de septiembre de 2013

El día de llorar

Hace dos veranos las estaba pasando muy putas. Estaba donde ahora está el Hobbit, porque tenía que ir todos los días al hospital de "La Paz". Una compañera de trabajo de mi madre tenía un piso en uno de los pueblos dormitorio de esa puta ciudad y quise irme sola allí; no dejé a nadie de mi familia que pidiera vacaciones para ir conmigo, ni tampoco quise quedarme en casa de la hermana de mi mejor amigo, que tiene allí un piso. Todavía no sé bien cómo convencí a mi madre, la verdad es que no lo recuerdo, pero mirándolo con tiempo me parece muy raro que lo lograra. No sé qué pude decir para convencerla.

La verdad es que me gusta estar sola, físicamente. Y no creo que sea malo, hay gente que no puede soportarlo.

El Hobbit me había dejado hacía unos tres meses y parecía que la vida me escupía en la cara. O me vomitaba. 

La mayor parte del tiempo era fuerte; salía todos los días a pasear, cogía el metro e iba sola a museos, a las ferias de libros (todas las semanas me compraba un libro en Casa del libro, en la tienda física), al cine, al teatro,... A veces me acercaba a sol (el 15M me pilló allí) pero no me atrevía a ir en los momentos importantes porque tenía miedo de hacerme daño. 

Por la mañana me levantaba, cogía el autobús e iba al hospital. Cuando salía del hospital, a veces iba andando por la Castellana y otras cogía el metro, iba al retiro, o a algún centro comercial a comprar cosas que necesitase. Otras veces estaba muy cansada e iba directamente a casa. Siempre comía en casa, porque a veces me sentía muy mal después. Algunos días mi alimentación era solo helado. Después de comer solía estar agotada y tener frío (a veces del helado; otras veces me daba fiebre), así que me tumbaba en el sofá con una manta y ponía algún canal de noticias 24 horas a ver cómo iban las cosas por Sol, o ponía algún programa de esos absurdos de corazón que no me hacían pensar. Pero siempre dejaba el portatil abierto y enchufado sobre la mesa, con la página de la red social abierta y el volumen a tope, porque él, el Hobbit, llegaba de trabajar sobre las 4 y solía conectarse. Y me hablaba. Siempre me hablaba. Ahora me pregunto cómo se sentiría. Creo que le daba mucha pena.

Mierda, me he puesto a llorar. Mierda. 

Ya está.

Cuando sonaba el piribí me estiraba y miraba la pantalla con los ojos entrecerrados para hacerme otra vez a la luz. Normalmente hablábamos poco, una media hora o así, porque él se levantaba a las 5 de la mañana y también estaba cansado. Pero esa media hora me hacía sentirme mucho menos mal.

Otra vez, me cago en la puta. Y es que si lloro no veo pa escribir.

Ya. 

El caso es que allí también lloraba. Al principio todos los días. Así que cuando llevaba allí como una semana, me dije que aquello no podía ser. Entonces establecí el miércoles como el día de llorar. Era el único día de la semana que me permitiría a mí misma llorar. El resto, sería fuerte. El resto, estaba prohibido. El resto, iría al centro a ver cosas, a conocer aquel gigante que se come a las personas, que se está comiendo al Hobbit ahora. Era fuerte y me iba a poner bien. Y entonces todo iba a estar bien. Entonces, sería una persona feliz y, quién sabía, a lo mejor el Hobbit quería estar conmigo otra vez, cuando todo estuviera bien. Ahora era un momento muy complicado. Todos lo decían.




Vale, sí, sí estoy llorando. Pero no pasa nada, porque recordar esto me sirve ahora. Me sirve para ver que a lo mejor sí que soy más fuerte de lo que creo. Me sirve para recordarme a mí misma las cosas importantes de la vida. Y además, es miércoles. Está permitido llorar.





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Esta entrada no debería estar aquí. Su título original, antes de empezar a escribir era "La canción del miércoles". Hay más entradas como esta en borradores, pero nunca antes me he atrevido a darle a publicar. De hecho, ahora mismo, siento un poco de vergüenza. No releo ni de coña. Y esta tarde o noche, subo lo que quería subir, que creo que tendré tiempo.

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domingo, 8 de septiembre de 2013

Oscuridad

En realidad es como yo. Es tan oscuro o más que yo, y que Juno. Incluso más oscuro que Juno y yo juntas. Lo tiene todo y está vacío. Lo tiene todo menos lo que quiere tener, con el problema añadido de que tampoco sabe qué quiere exactamente.

Confía en que el futuro le lleve a alguna parte, en que le ponga en su lugar, sea cual sea. Que le arrastre si hace falta, aunque no la hace, porque quiere ser arrastrado, quiere irse lejos.
No somos tan diferentes.

Sus ojos gritan lo anterior sin que nadie (o casi nadie) los oiga. Y su sonrisa dice que no te fíes de él, que es jodidamente guapo, que tiene cara de bueno, pero que no te fíes de él... "Voy a joderte, soy oscuro", parece que dice a veces sin hablar.
Y lo es.
Pero yo también.

Algunas noches escucha música sobre su cama, con el mp3 esperando a que el vello se le ponga de punta. A veces escucha cinco veces seguidas la misma canción, la canción que le hace recordar, qué le hace estremecerse, y se tortura con ella, se autocompadece en soledad.
Otras veces ve 12 capítulos de una serie irónica que le haga reír, para no pensar, hasta que se duerme por puro agotamiento.
Quizás no seamos tan opuestos.

No lucha por lo que quiere. Es curioso porque no está rendido, pero no lucha. Sólo espera a que las cosas vuelvan a su sitio, porque hace tiempo se dio cuenta de que lo que él podía hacer... servía de poco. Así que ahora sólo interviene muy de vez en cuando. Quizás espera su oportunidad, como en una guerra de guerrillas. Espera el momento idóneo, en el que todo cambie de repente, se ponga a favor y vuelva a sentirse vivo. Su cabeza sabe que no va a suceder, pero su corazón confía y se refugia. "No me refugio", dijo. Pero yo sé que lo hace, porque yo también lo hago.

Yo lo hago por él; él lo hace por ella; quizás ella lo haga por otro.

La realidad es que los tres vivimos en un patetismo absoluto.
Lo cierto es que los tres vivimos en puta oscuridad mental, estamos turbios.
La verdad es que ni siquiera ella y yo somos tan distintas, si no fuera porque somos opuestas: ella, la perfección; yo, el desastre.

¿Qué haría si no tuviera miedo?

Te odio por eso, por haberme forzado a preguntármelo, por intentar impulsarme a seguir adelante, y levantarme del suelo, para luego... irte. Para irte y dejarme con la parte material, por no responder cada vez que ahora grito desde el suelo. Porque ahora eres más opaco si cabe.

Te odio por tu capacidad de sonreír a cualquiera, por tu saber estar, por tener palabras amables para todo el mundo, cuando tus pensamientos los están despedazando. Porque nunca sé lo que estás pensando... y me da miedo. Y por tu imprevisibilidad para decirme algo que me deje un día entero pensando, en el mejor de los casos (suele ser una semana).

Te odio porque te ríes conmigo, y me haces sentir menos absurda. Y entonces llego a casa y creo que te importo.

Pero sobre todo te odio por la perfección que irradias, y de la que eres perfectamente consciente... Por esa modestia que parece reflejar lo agradable de tu personalidad, tu ausencia de maldad,... cuando yo sé perfectamente que su única razón es que por dentro estás tan podrido como yo.

Te odio porque todo esto a veces me hace creer que puedas entenderme, cuando sé que la verdad es que no lo haces, que ni lo intentas, que no te importo, que soy un elemento más a los que te ha acercado tu perfección, hasta que llegue la guerrilla. Y por eso te odio sin que hagas nada, precisamente porque no lo haces.

Porque me caigo sin que me toques, y dirijo todo el odio a la única persona que tiene la culpa de esta situación: yo.

¿Qué haría si no tuviera miedo?

No lo sé, porque lo tengo.



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Este es mi yo pasado, el más apropiado para reflejar una idea de lo que sentí por el Duendecillo. Es una entrada recuperada del 4 de abril de 2009, una de las primeras entradas del blog, pero uno de los últimos textos que le escribí al Duendecillo. Todo pasa, ¿o no?

Perdón por el autoplagio.

Ah, estoy perfectamente. Pero me gusta cómo escribí esto. 

Pero qué puta... (diálogos conmigo misma: enésimo volumen)

—Jajajajajajajajajajajajaja
—Joder, tronca.
—Lo siento, Niebla, es que es buenísimo...
—No me jodas, Nib, no me jodas.
—Eso también es gracioso, porque es justo lo que te diría él...
—Ay, ay, ay —canturreo con humor.
—Jajajajajajajajaja.
—No, ahora en serio, Nib. No me jodas... ¿cómo es posible? No me jodas...
—¿Que cómo es posible? 
—Sí, joder, mi vida es un puto chiste. Es que de verdad parece esto Cómo conocí a vuestro padre. 
—Hombre, en la serie sabrías que acabas con alguien... cosa que... no es por ser malvada, pero Niebla, esto pinta un poco mal ya.

Sonrío con resignación. Se me escapa media risilla, me sale el aire por el labio cerrado y  me hace cosquillas. Nib sigue dándome caña.

—Era de esperar, joder, ¿no ves lo en paz que estabas? Lo has estado gozando todo el día. Te estabas reiniciando de verdad... Ya te daba igual si el Hobbit llamaba o no, si había venido o no, si vive o muere... Pues algo tenía que pasar, algo tenía que perturbar tú tranquilidad.
—Eso es cierto. Estaba siendo demasiado agradable para ser cierto.
—¿Hace cuánto que no le ves?
—¿A quién? ¿Al Hobbit?
—No, joder, ¿qué te ha perturbado?
—El puto Duendecillo, ya. Pues no sé. Ya ni lo sé, Nib. Pudo ser en Navidad, o  a lo mejor en mayo... Sí, creo que le vi en mayo.
—¿Cuándo enviaste el mail aquel de machota? 
—¿Cuál?
—El que te confundiste y le mandaste también al Hobbit.
—Ah, ese... qué puto desastre... menos mal que no ponía nada explícito, ni el nombre ni nada.
—¿Cuándo fue?
—No sé, pero no lo voy a buscar ahora. Sé que fue antes de Navidad, porque el Hobbit me preguntó por él en la cena de Navidad.
—Ah, pues sí que hace... ¿no te jode que ahora que vuelve a estar soltero no haya dado señales de vida?
—¿TÚ QUE CREES?
—El caso es quejarte, porque si las hubiera dado también te quejarías.
—LA PUTA ESA, NIB, EL TEMA ES LA PUTA ESA.
—Sosiégate, por B. ¿Qué más te da que esté con una puta que con otra?
—Jajajaja. Hombre, la otra no sabemos si era muy puta.

Nib me pone cara de "are you fucking kidding me?".

—Vale, sí, un poco puta sí que era.
—Pero no le llega a LA VOZ ni a la suela del zapato. En puterío, digo. O putez, como te guste más. 
—PUTA VOZ, macho, PUTA VOZ. No se puede volver a su puto país, no, tiene que quedarse aquí a joderme a mí.
—A joderse a tu ex's, querrás decís.
—FUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUU
—JAJAJAJAJAJ
—Al Hobbit no se lo jodió ni se lo joderá... it's something.
—Pero el Duendecillo no se anda con hostias y tú lo sabes, seguro que se la frunge.
—Como si no hubiera un mañana.
—Es que él solo frunge así.
—Calla, tía, que solo de recordarlo me pongo cachonda. Y pensar que pueda tirarse a esa tía... En serio, Nib, piénsalo... No me digas que no es irónico...
—A ver... ¿si se estuviera tirando a cualquier otra te afectaría?
—No... No sé. Yo qué sé, tendría la cosa esa rara que me da cuando lo veo con otra, pero ya.
—Pues ya está, no sé a qué tanta tontería con la guarra esta.
—Coño, Nib, que no, es que no lo soportaría... ¿te imaginas que empiezan a salir? Dios... no podría soportarlo... ¡Que esto no es una puta sitcom! ¿Cuántas tías de 20 a 30 años puede haber en la ciudad?
—No sé... ¿unas... quincemil? Quizás veinte.
—Y tiene que triscarse a esa. ¡A ESA!
—Por B, Niebla, relaja la raja, tía, que no sabes si se la trisca, sólo sabes que la ha añadido como amiga al caralibro...
—Seguro que es ella la que ha solicitado la amistad.


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En serio, es que es muy puta.
En realidad no estoy tan desquiciada (en seeeerio), ni triste ni nada, pero me hace gracia, a la vez que no me hace ni puta gracia. Me monto películas de la nada, pero es porque soy así. Lo del Duendecillo es algo que tengo muy asumido. Hace cuatro años que no le escribo una canción ni un texto. Los últimos words dirigidos a él o rayándome con él son de principios de 2010. Eso es muy indicativo viniendo de mí. Pero joder, es alguien especial. Mucho. Y es que, que esa tía vuelva a "entrar en mi vida" así... agh. Porque lo que sí sé, sin montarme películas, es que si le ha conocido, se sentirá atraída por él. Y esto tiene una potente base científica, o dos:
·Se interesó (¬¬) en el Hobbit.
·Se interesó en el Elfo.
·Se interesó en un chico de mi peña que a mí me pone burra que lo flipáis con patatuelas.
·Un día dije: "cómo me pone ese chico" y me contestaron: "Es con el que se lió la Voz en el jeto del Hobbit; para ella es como para ti el Duendecillo". Eso es como decir que era su debilidad, su amor platónico, etc.

Eso hace la primera base científica: nuestras hormonas se sienten atraídas por los mismos machos. Y aprovecho para decir que si ese tío era su Duendecillo QUE DEJE AL MÍO EN PAZ, por B.
Y la segunda es muy simple: Más del 80% (tirando por lo bajo, eh, en serio) de personas interesadas en el sexo masculino (sí gays también) de entre 13 y 35 años (aprox) que conocen al Duendecillo, se sienten atraídas por él.

Bueno, que ya, que lo dejo, si mañana se me ha pasado. En cuanto lo piense friamente se me habrá pasado. Vamos, que no me importa que el Duendecillo vaya por ahí tirándose a tías (no lo hace, que lo digo como si lo hiciera, pobre hombre), pero me jodería TANTO que tuviera cualquier tipo de relación con ella... AGH.

¿Veis? ¿Veis como sigo siendo Niebla? 

.....

Y encima tengo destartalada la puta etiqueta del Duendecillo... FUUUUUUUU
....

Me entra la risa. Ay de mí. No me lo tengáis en cuenta. Son las 4 de la mañana casi. Y esto es Ice From Hell. Esta es su esencia.

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viernes, 6 de septiembre de 2013

Nueva "sección": Niebla's memories

Últimamente estoy algo... reflexiva de más. Y creo que no voy por mal camino, porque llego a algunas conclusiones muy positivas respecto a mi vida. En realidad, esta última etapa de reflexión comenzó al terminar de ver un capítulo de Pulseras rojas. Además, después de reflexionar, decidí que hay cosas que tengo que compartir, tanto del tema sobre el que habla la serie de ficción como de otros que afectan a mucha otra gente que no ha pasado o está pasando por esa experiencia. Y para ello, hoy, después de contestar comentarios en mi blog (gracias, Russian y gracias, Chari; leed las contestaciones), pequeñas saltamontes) y en ajenos, me ha dado la venada y he dicho: ¿Por qué no empezar hoy? Y se me ocurrió la idea de Niebla's memories, que vendrían a ser mis recuerdos, vaya.

Inciso: no me odiéis por poner cosas en inglés, no tengo intención de molar, pero paso demasiadas horas al día dedicada a aprender a manejarlo bien.

¿Qué va a ser Niebla's Memories? 

Bueno, ya sabéis que en este blog no existe orden ni concierto. De hecho, ayer intenté poner unas etiquetas y se me traspapeló todo, así que no le hagáis ni puñetero caso a la columna de la derecha, porque etiquetas como la de Duendecillo están mal. Sí, lo sé, encima voy y la armo con las cosas "interesantes".

Por todo esto y por mi más que asumido defecto de falta de constancia infinita, no sé bien cómo llevaré esto. Quizás le ponga una pestaña para que no se pierda en el resto del blog, si considero que merece la pena. Como no sé muy bien qué escribiré hasta que me pongo, quizás no la merezca.

Pero, ¿de qué va a tratar? Si ya cuento aquí mi vida y recuerdos...

Con esta sección quiero recopilar y reflexionar sobre, principalmente, recuerdos de momentos en los que me he sentido frustrada respecto a algo que, en cierto modo, era una ilusión. También momentos en los que la ilusión se cumple. Pero, sobre todo, momentos en que alguien nos la pisa, en los que alguien nos dice que no somos buenos en algo que nos gusta, que no somos capaces, que no somos lo suficientemente inteligentes para hacer tal cosa o, incluso, que somos demasiado inteligentes para desempeñar tal oficio y no hacer algo de más "provecho". A veces es la vida la que nos pone trabas: nos faltan medios económicos, tiempo, recursos... Pero hay otros momentos que no es la vida, sino alguien o alguienes (o un exceso de responsabilidad, nuestra personalidad, nuestros miedos) los que nos dicen que lo que deseamos es utópico o que es una locura, o que somos unos ridículos por conservar la esperanza en algo, por seguir nuestros instintos, por tener sueños.

A eso es a lo que, en este tiempo, he aprendido a decirle (a veces, al menos), lo que John Locke dijo en uno de los primeros capítulos de la que es, posiblemente, mi serie favorita de ficción de todos los tiempos:


"No me digas lo que no puedo hacer"


Nos vemos.

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jueves, 5 de septiembre de 2013

Escribir como desahogo, ¿acaso no es también escribir?

Soy muy consciente de mis limitaciones literarias a la hora de escribir. No sé si os habréis dado cuenta, pero soy una persona perfeccionista en exceso. En ese sentido, este blog es un desahogo, pues el 99% de las veces simplemente vomito lo que tengo en la cabeza y le doy a publicar. No corrijo puntuación, ni erratas de deletreo y, además, uso oraciones subordinadas como si no hubiera un mañana, con montones de incisos, paréntesis y rayas: escribo como si estuviera hablando, al menos en un 80% de las entradas. Y cuento lo que nadie sabe, lo que no le expreso ni a Juno. A veces, expreso cosas que ni yo misma sabía que llevaba dentro; cambio de perspectiva, me re-conozco y a la vez todo lo contrario. Y, al fin y al cabo, creo que eso es escribir. Por lo menos para mí.

Para reseñas de libros, películas y música, textos de opinión sobre temas de la vida cotidiana o reflexiones filosóficas abstractas tengo otro blog, con mi nombre de verdad, que pueden leer mis amigos y hasta mis parientes. Pero ¿soy esa yo? ¿O soy esta? Supongo que soy las dos, aunque creo que esta "yo", Niebla, es más real.

Esos nervios al pensar que algún conocido
nos pueda descubrir, también molan.
Como cuando frunjes en un lugar que
 no debes y te da miedo que te pillen.
Escribir desde el anonimato y leer otros blogs así escritos tiene un encanto especial, y crea adicción. A veces, también, he sentido mucha tensión pensando en que quizás algún conocido de mi vida cotidiana terminase aquí, puesto que sabría quién soy leyendo un par de entradas o, incluso, un par de frases determinadas de alguna de ellas. 

Pensarían que estoy loca. ¿Pensarían que soy bipolar, que tengo dos personalidades? La mayoría, sí. O tres. Se sentirían raros volviendo a hablar conmigo. Les daría miedo. Me atrevo a decir que todos, excepto Amy y otra chica amiga común (loca a los ojos de la mayoría), se sentirían así. ¿Por qué? ¿Por qué no podemos sentir así, con nuestros altos y nuestros bajos? ¿Por qué no podemos necesitar verbalizar todo eso que se nos amontona dentro y nos devora? 

¿Por qué escribo entradas y entradas contando mis desventuras amorosas, mis sueños, mis avances y retrocesos, mis miedos...? Pues porque lo necesito.

A veces pienso que las que me leéis os merecéis algo mejor que un montón de sentimientos contradictorios y repetitivos escupidos sobre el teclado. Pero estáis ahí y leéis, más o menos con regularidad. Alguna os sentís identificada, a otras os hago gracia y a alguna le daré curiosidad. Y hasta llega alguna nueva, aunque no comente, y me meto en su blog, leo y pienso: "Otra más que necesita desahogarse y va a probar". 

No lo dejéis. Aunque no os comente nadie, aunque empecéis con 2 visitas al día. ¿Escribís para que os lean? Yo no. Y eso también es contradictorio. He leído en tantos sitios que todos escribimos para ser leídos... Joder, nos hace ilusión, pero ¿y todos esos words que tengo en la carpeta de "rayadas" y que nunca han visto la luz y no la verán (en su mayoría)? ¿Esas cartas al Hobbit, a B, al Duendecillo? ¿Los relatos cortos de finales amargos? ¿Los diálogos de tres páginas?  ¿Para quién los escribí? ¿Para qué? Ahí (y aquí) descansa mi verdadero yo y no en los relatos y reseñas de mi otro blog.

Y ahora pienso... ¿cómo he llegado a escribir esta entrada? Yo sólo quería contar que hace unos días me propuse retomar la idea que tenía para una historia escrita (me da mucho respeto decir novela). Y mirad, ¿lo he contado? No. A lo mejor no era eso lo que más anhelaba transmitir. ¿De dónde ha salido esta parrafada? Si antes de darle a "crear entrada" no pensaba escribir nada parecido. También ahí está la magia de escribir. La magia de, tantas veces, no saber qué vas a poner hasta que lo ves apareciendo en la pantalla. Así que, bueno, sigamos con la costumbre, ¿no? Dos intros, un punto y "publicar". 


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martes, 3 de septiembre de 2013

Muerte de los seres de agua.

—Y por eso los seres de agua con el paso del tiempo son cada vez más fuertes y no mueren fácilmente —continuó la abuela—. Muy poca gente sabe cómo matar a un ser de agua antes de que llegue su verdadera hora.

Nora se quedó pensativa.

—¿Por qué querría alguien matar a un ser de agua? ¿No son buenos?

—Muchas veces en la vida no hay ni buenos ni malos, Nora, sólo circunstancias.

—¿Y cómo se mata a un ser de agua?

—¿De verdad quieres saberlo?

—Claro. Aunque yo nunca lo haría, yo creo de verdad que son buenos.

—Quizás nunca puedas porque, en realidad, la forma de matar a un ser de agua es también un poco auto infligida.

—Venga, abuela, suéltalo ya.

—Para matar a un ser de agua… tienes que hacer que se enamore de una criatura del bosque.

—Oh…

Nora meditó durante unos segundos.

—¿Lo saben ellas? ¿Saben los seres de agua que pueden morir si se enamoran de una criatura del bosque?

—No, no lo saben, aunque cuando conocen a una criatura no tardan mucho en sospecharlo. Pero, normalmente, cuando lo hacen, ya es demasiado tarde.

—¿Y ellos? ¿Las criaturas del bosque lo saben?

—También se dan cuenta demasiado tarde.




Escrito el 16 de Marzo de 2011.




lunes, 2 de septiembre de 2013

Cosas que debería haberte dicho.


Quizás debería haberte contado antes algunas cosas. Que duermo con sábanas térmicas como las señoras mayores, que odio comer con la luz apagada o que cuando hace mucho frío se me pone la nariz morada.

Que si me gusta mucho una canción la escucho durante semanas una media de 16 veces al día, que lo último que hago antes de irme a la cama es darle un beso a la tierra que recogí de una tumba que profané y que ahora guardo en una caja de pastillas para el colesterol con forma de corazón.

Que no soporto la ropa interior y duermo sin ella, que la inicial de tu nombre que tengo en el hombro es una escarificación y no una marca de nacimiento, porque el primer chico con el que me acosté se llamaba igual que tú y siempre he sido muy extremista.

Que me sé los diálogos en versión original de mis películas favoritas y que todas son de mucho amor pero que no soporto El diario de Noa porque no me creo la escena en la que supuestamente ella se enamora de él.

Que cuando algo me gusta mucho me entra la risa nerviosa y cuando por algo me siento herida, lloro a mares. Que cuando estoy contenta canto subiéndome por los muebles de mi casa utilizando un desodorante como micrófono y bailo con mi perro agarrándole de las patas.

Que hablo sola cuando voy conduciendo y, a veces, por la calle, sobre todo cuando vuelvo a casa por la noche, mantengo diálogos conmigo misma.

Que soy adicta a la cafeína, que me encanta explotarme las espinillas y comer queso con ketpchup hasta para desayunar.

Que me corto el pelo yo sola, que me hago guantes y bufandas, colgantes y pendientes y que me pone muy nerviosa esa gente que te llama cariño y cielo conociéndote de dos días o a veces ni siquiera eso.

Que a veces me enrancio, me da la distimia y me paso el día en la cama viendo series de vampiros, zombies o cosas por el estilo. Que lloro en el capítulo de Los Simpsons en el que casi se muere el ayudante de Santa Claus y que una vez me grabé en una cinta de cassette declarándome al chico que me gustaba a los 14 años.

Que soy un desastre del orden, que nunca encuentro nada y además me tropiezo con todo al caminar y se me caen las cosas de las manos cuando me pongo nerviosa.

Que la primera vez que quedamos a solas estaba tan intranquila que cuando te vi esperándome, puntual, me tropecé con una lata de Cocacola y casi me caigo, pero como tú estabas de espaldas no te diste cuenta.

Que ese día pensé que no iba a funcionar pero quería que funcionara, más que nada en el mundo.

Que sigo pensando eso cada vez que te veo. Que lo sigo pensando, todo el tiempo.

Toma horterada.


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Ayer pasé la noche en vela y me dio por hacer algo que no debo: mirar documentos de texto de la carpeta "rayadas". El nombre con el que estaba guardado este, a 27 de febrero de 2011 (4 días después del 23F) era el mismo que el de la entrada.

The catcher in the rye (anécdota a cuento de la entrada anterior, realmente sin venir tan a cuento).

No necesitáis introducción, ¿verdad? Pues eso:

Una de las veces que quedé con el Hobbit aquel primer invierno (no recuerdo la ropa que llevábamos, ¿me estoy curando?), paseábamos por delante de una tienda de menaje del hogar y, sin saber cómo salió el tema, le dije que me estaba leyendo en ese momento La princesa de hielo, de Camila Läckberg (me ha costado casi un minuto hacer memoria de qué libro me estaba leyendo; en serio, este fallo en mi base de datos no me había ocurrido nunca). El chico dijo algo como "Te gusta mucho leer, ¿no?". Supongo que ya le había dado la plasta con algún libro más (he dicho SUPONGO, o sea, tampoco me acuerdo; inglip). Yo le dije que sí, bueno, que siempre estaba leyendo algún libro y que, como había estado mucho tiempo convaleciente (de hecho esta conversación fue entre una operación y otra), pues tenía muchísimo tiempo para leer. Me refugiaba cosa mala en la lectura, pero eso no se lo dije porque por aquellos días yo todavía iba de machota con él. Entonces le debí de preguntar que si a él no le gustaba leer, o quizás me lo dijo él, no sé. Tampoco recuerdo exactamente si me dijo que sí, pero sé que no me dijo que no. Probablemente dijo algo como que sí pero que como en ese momento estaba muy ocupado con el proyecto de fin de carrera, no tenía tiempo. No sé, pero lo que sé es que por iniciativa propia dijo "¿Sabes cuál es mi libro favorito?". Y yo pregunté MUY expectante que cuál era. ¿Tengo yo un libro favorito? Creo que no. No lo sé. Bueno, al tema. El Hobbit dijo que era "El hombre entre el centeno" y a mí algo dentro me hizo "clack" y Nib dijo: "¡Es retrasado! ¡El HOMBRE! ¡Por B, ha dicho el HOMBRE1 ¡Tan favorito no será si no sabe ni cómo se llama!". 
-Es El guardián entre el centeno -dije consternada-, no el hombre.
-Eso.
"Es el típico libro que dicen los que se creen molones y guays, Niebla, es típico libro de culto. Este tío lo ha leído en cuarto de la ESO posiblemente para creerse molón y no ha vuelto a tocar una novela en su vida por iniciativa propia, ¿no ves que no sabe ni cómo se llama?". Estoy dramatizando, claro, no me acuerdo de lo que me decía mi subconsciente en ese momento, pero sí tenía pensamientos cruzados de ese tipo.
-Lo he leído tres veces -añadí sonriente-, me gustaba un montón cuando iba al instituto. La escena del ascensor con la puta me encantaba y...
-No me acuerdo de casi nada del libro...
-¿Pero... no era tu favorito?

No sé lo que contestó, no lo recuerdo. Y ya. Fin, ¿no? Que seguro que sobran los comentarios.

Así leía el Hobbit, así, así. Y no tardando mucho llevará esas pintas también.
No me extrañaría nada viendo el rumbo que lleva.

Volveré pronto, I promise, y os contaré el culebrón de antes de irme a Invernalia, pero dadme una tregua (sí, más), que si me pongo de mala leche no me reinicio (restaurarme no puedo, no soy Windows, por suerte o por desgracia, ni tampoco una partida guardada de Los Sims). Os dejo con una cita del presunto libro favorito de ese ser de otro mundo que resume muy bien mis sentimientos en las últimas dos semanas:

“Lo que haría sería hacerme pasar por sordomudo y así no tendría que hablar. Si querían decirme algo, tendrían que escribirlo en un papelito y enseñármelo. Al final se hartarían y ya no tendría que hablar el resto de mi vida. Pensarían que era un pobre hombre y me dejarían en paz.”


domingo, 1 de septiembre de 2013

Reiniciar el sistema (ahora sí que he vuelto).

Ay, quién pudiera tener una opción como la de Windows de restaurar el sistema, ¿eh? Elegir la fecha más conveniente, darle a un botón y ¡tachán! Las cosas tal y como estaban ese día. Te quedas sin trabajillos para la universidad o sin textos patéticos como este, pero ¡ay!, nunca bajaste ese pack de absurdos emoticonos (codazo, guiño, codazo, Juno) que te llenó el PC (personal computer, no la bloguera) de virus y virus mientras tú decías acongojada: ¿qué está pasando? Yo sólo quería unas carillas nuevas para sacar de quicio a Niebla hablando por el messenger. 

No hacía sims a mi imagen y
semejanza, pero a la de Michael
Scofield, sí.
También se habrán borrado las últimas partidas de Los Sims. Y sabes que, aunque juegues intentando hacer todo igual, siempre habrá cosas que se escapen a tu control y ya no sean tal cual. A lo mejor el hijo de tu sim ahora es hija, a lo mejor antes eran gemelos (todo el que juega a Los Sims sueña con tener gemelos) y a lo mejor se incendia la casa mientras hacías un sandwich de queso fundido a la parrilla y muere toda tu familia. Sí, he jugado mucho a ese juego endemoniado, ¿qué pasa? Creo que es algo típico de cualquier persona distímica que se precie (¿tiene sentido esta construcción gramatical?) durante alguno de esos episodios en los que ama tanto su hogar -y su pijama- que decide no abandonarlos durante semanas. Pero, ojo, hace años que no juego a Los Sims. Me haría sentirme aún más patética. Nunca he hecho un sim a mi imagen y semejanza pero sí he llegado a una situación de absurdez tan total como para pensar mientras juego que hasta ese maldito ser del espacio multimedia tiene una vida más plena que yo. O lo que es peor, que se dé el caso de que mi sim se deprima totalmente, le baje a tope el nivel de sociedad, no quiera hablar con nadie y se pase el día llorando por las esquinas. Y yo ahí dándole a los botoncicos: "Entablar conversación" "Hablar sobre hobbies". Pero mi sim está tan sumido en la tristeza que le hacen un chiste, se siente insultado y se la arma al otro desgraciado sim que sólo pasaba por allí. Como la vida misma. Pobre hipersensible.

¿Creéis que estoy depre? Nada más lejos de la realidad. Bueno, sí. O sea, hay cosas más lejos. Quiero decir que tampoco estoy como unas castañuelas. Vamos, que me ducho, no tengo la selva madre en las piernas ni en la sobaquera y a veces hasta salgo de casa (a sacar al perro), pero sí, desde que volví desde Más allá del Muro me he metido en casa a comer helado, chocolate y helado de chocolate y, claro, a leer como si un comandante de las SS fuera a venir en cualquier momento a quemar mi colección de libros y yo tuviera que terminarlos todos antes de la culminación de una desgracia de tales proporciones. 

"¡Ay, qué cosa tan maravillosa esto de leer! ¡Cómo amo a toda esa gente que escribe libros (y los escribe bien; me ponen nerviosísima los autores autoeditados, ya dedicaré un post a ello, ya sabéis: como siempre, como nunca lo hago)! ¿¡Cómo puede alguien querer salir de fiesta pudiendo leer!?". Este era mi pensamiento cuando me metía en la cama (a cualquier hora del día o de la noche; he descontrolado un poco -totalmente- los horarios) y me agarraba a mi amado Kindle hasta que me quedaba dormidica con él amorosamente acostado en mi regazo. Una sensación de bienestar y paz antes de conciliar el sueño que apenas experimenté un par de veces o tres con el Hobbit. 

Vale, sí, he exagerado. Con el Hobbit la sentí una vez como mucho. 

Era broma. "Ya lo sé". Ay. Estoy acabada. 

Sí, estoy bastante acabada pero, ¡eh! Es uno de septiembre, primero de septiembre, uno del nueve, nueve barra uno para los americanos, "first of september" para los ingleses e irlandeses. Os voy a decir una cosa, así sin venir a cuento: los ingleses NO molan, pero los irlandeses, sí. Y siguiendo con esta absurdez de entrada, pues eso, que escribo porque es uno de septiembre y yo soy  muy de reiniciarme en septiembre. Para mí el año nuevo empieza en septiembre, no en enero (¿cómo va a empezar en enero, si siempre me ocurren desgracias en Nochevieja?). También es cierto que ayer podría haber salido a buscar mi propia desgracia, pero ese es otro tema y ya estoy desvariando mucho. 

Llevo ya escrito un cacho importante y ¡uhh! ¡no he contado nada! ¬¬. Os diría que ahora seguramente escriba más seguido y blablablá, pero ¿sabéis qué? Uno de mis propósitos era escribir más decentemente aquí, releer antes de darle a publicar, cambiar esos guiones de mierda por rayas largas (las que se usan de verdad para diálogos y tal, ¿por qué no vienen de serie en el teclado y sí viene la ç?) y todas esas cosas que hace la gente que no es una ansias como yo. Pero, ¿creéis que eso va a pasar? No, ya os lo digo yo. Por cierto, que me estoy dirigiendo muchísimo a vosotros  (¿quiénes? Me leéis cuatro, además de verdad, cuatro de "un, dos, tres, cuatro lectoras") así como el anónimo a "vuestra merced" del Lazarillo, o como una versión absolutamente desmejorada de Holden en El guardián entre el centeno. ¿Os he contado alguna vez lo del Hobbit y ese libro? Seguro que sí, pero os lo cuento otra vez como culminación de esta tortura, ¿o creíais que toda referencia al Hobbit iba ser solo para ridiculizar su no-potencial sexual? No, en serio, no ha sido planeado, ha salido sobre la marcha. Lo peor (o lo mejor, según se mire) es que en mi vida casi todo va así. De todas formas, juro que tengo en la mollera muchos -bueno, muchos tampoco, alguno que otro- temas serios y/o más profundos a los que quiero dedicar un espacio aquí, pero como hoy se me ha ido de las manos, os cuento esta tontez (seguramente por segunda o tercera vez) y me voy a ponerme al día con blogs ajenos. Y os dejo la hobbitez para otra entrada que esta da un poco de mal rollo al verse tan eterna, ¿no? Sí, bah, no sé.