Tengo la lepra, la criatura ha decidido alerjarse con miedo de que le pegue un poco de normalidad..
¿Normal? Vale no soy normal, ¿alguien lo es?
La decepcion es tan grande que ya no importa nada.
Otra ida de olla
-¿Pero qué quieres de mí, maldito payaso?
-¿Yo? ¿Qué quieres tú? ¡Te has vuelto loca, Niebla!
-¿Loca? ¿Loca? A lo mejor, sí, trastornada estoy, ¡ya deberías saberlo! En realidad ya lo sabes aunque te hagas el ofendido cada vez que te lo digo.
-Lo dices tú todo, yo no he dicho nada.
-Claro que no, tú nunca dices nada ¡porque no hablas! Dime qué quieres de mí, qué hay entre nosotros. Ten huevos y dímelo. Di qué sientes.
-¿Otra vez este tema? ¿Es que no podemos simplemente dejarlo correr y ya? Ya hemos hablado de esto.
-¡No! ¡No dices nada! Dices y te desdices, te contradices… Joder, Hobbit, aclárate y dime porqué no me quieres querer, dime porqué no soy suficiente para ti, ¡dímelo y me callaré!
-Yo no he dicho que no seas suficiente para mí, joder, pero es que ni te conozco.
-Ya estamos con el tema de que somos desconocidos… ¡Nos estábamos conociendo, coño! Pero no me quieres conocer, y antes sí. ¿Qué hice? ¿Qué te asustó en 2 semanas que no te asustó en casi dos años? Es porque no soportas la idea de comprometerte con algo, ¿verdad?
-Deja de decir estupideces, ya te he dicho que cuando empezamos yo estaba abierto a todo.
-Menos a implicarte de verdad con alguien, por eso me preguntabas constantemente sobre mi salud, sobre si estaba bien, “pero ¿bien, bien?”¡porque no querías implicarte tanto! ¡Por eso ni me besaste antes de saber si estaba bien!
-¡Te preguntaba porque estaba preocupado por ti!
-¡Eso es mentira! ¡No me mandaste ni un maldito email, ni un triste mensaje al tuenti de los cojones! ¡Eso es lo preocupado que estabas! No preguntaste a mis amigos por mí y todavía hoy ni siquiera me preguntas cuándo tengo que ir al médico, o cómo me ha ido cuando sabes que he ido, o cuando me ingresarán, o como es de grave todo. Porque te importa un mierda en realidad, y porque eres un puto cobarde, Hobbit, y lo sabes. Porque sólo quieres lo fácil y sólo piensas en ti. Sólo quieres hablar de series y películas frikis, con una cerveza en la mano y muchas otras de más dentro de ambos. Y sí, escuchar mis guarrerías y lo cachonda que estoy, y empalmarte cuando te beso pero sin dejarme terminar lo que empiezo. Decirme cosas bonitas, a veces. Y volver a casa sólo, cascártela, y así seguir teniendo tu libertad, sin quedar en evidencia delante de mí, ¡qué ya sé que eres virgen, joder, deja de disimular porque me importa una mierda! Enséñame a quererte y yo te enseñaré a hacer el amor…
-¡Niebla!
-Ni siquiera me permitías acercarme a ti, y me refiero a tu persona, no a tu pene… Yo sólo quería pasear, y hablar, caminar contigo por la orilla del río, entre la niebla y los últimos rayos de sol, en esos días en los que el frío hacía que mi aliento se confundiese con el humo de tu cigarrillo. Pero eres lo que se ve, ¡y lo que se ve es que te importo una mierda!
-¡Ya vale!
-¡QUÉ!
-¿Cómo puedes decir que me importas una mierda?
-¡No me vengas otra vez con la milonga de lo importante que soy para ti con las cosas que te he contado, si ni siquiera me escuchas o si te espantas con ellas! ¡Lárgate con tus amigas la gafapasta moderna, la zorrupia de ojos verdes y la anarquista amargada y déjame en paz! Yo no te volveré a molestar… Y deja de preguntar por mí cuando no estoy, que da igual que esta enfermedad me mate o no, porque para ti ya estoy muerta. Ahora, yo me voy al hospital, tú te quedas. Quizás nos veamos dentro de 2 meses, para tu cumpleaños, si me invitas. Pero ya ni siquiera quiero regalarte una canción. Y, sinceramente, dudo que yo esté tan pronto recuperada, físicamente. Así que, quién sabe. Pondré mis seis euros para tu regalo material y quizás nos veamos la última semana de julio. Dejemos que el tiempo haga su trabajo…
(De a-2 y normal).
1. adj. Que accidentalmente se halla fuera de su natural estado o de las condiciones que le son inherentes.
2. adj. infrecuente.
3. com. Persona cuyo desarrollo físico o intelectual es inferior al que corresponde a su edad.
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Con lo que te molan a ti los asteriscos, ¿eh, hobbit?
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—Aquí estoy —dijo mientras se sentaba y se quitaba el abrigo y la bufanda.
A ella se le paralizó hasta el último músculo de su cuerpo. No fue capaz de articular palabra. Sólo miraba aquellos ojos verdes, que era lo único de él que parecía mantenerse inmutable después de tanto tiempo.
—Aquí me tienes —repitió él—. ¿Qué querías?
—Yo… —Amy seguía sin poder articular palabra. Pero a él, ¿qué le ocurría? Parecía tan impasible, tan frío… Ella, desde hacía meses, quizás años, sólo podía pensar en el momento en que lo volviera a ver y lanzarse a sus brazos, cerrar los ojos, y volver a sentirse viva. Pero ahora… ahora era como si alguien sujetase un cristal translúcido entre ambos, o como si él, simplemente, no fuese él.
—Hace mucho tiempo —dijo él sacándola de su ensimismamiento.
—Mucho —repitió ella sin creerse aún que estuviera ante él.
—Sigues igual que siempre —dijo, pero nada se iluminó en su rostro ni en sus ojos, como ella esperaba o hubiese deseado.
“Tú no”, pensó. Pero era algo obvio. Quizás ni merecía la pena decirlo, no a él, no a aquel Eric que no parecía él. Mierda, ¿por qué seguía sin poder reaccionar, si él permanecía como si nada ocurriese? ¿Cómo podía conservar aquellos ojos y haber perdido la expresión de su mirada?
—Bueno —volvió a intervenir el chico—, y ¿dónde piensas alojarte y esas cosas? ¿Qué piensas hacer aquí?
—Yo… —balbució Amy—, no sé. Sólo… Sólo esperaba… encontrarte.
Él retiró su mirada, girando la cabeza hacia un lado. Por fin, alguna reacción.
—Eric… —dijo ella intentado aprovechar aquella grieta de su pasividad.
—No me llames así, por favor —dijo él aún sin mirarla.
—Pero…
—Por favor, ni siquiera mi madre me llama así ya. Llámame Mike, es mi nombre ahora.
—Ya lo sé, pero…
—Ahora es así.
Los dos permanecieron unos segundos en silencio. Ella le miraba a los ojos, aunque él no le mirase a ella. No aguantaba, ya no aguantaba más, ¿allí qué estaba sucediendo?
—¿Qué sientes cuando me miras? —preguntó temerosa— ¿Qué has sentido cuando me has visto?
Él suspiró y volvió a mirarla a la cara. Luego se encogió de hombros.
—Ha pasado mucho tiempo… —volvió a decir.
—¿Y qué? —le espetó ella, que por fin era capaz de rebelarse.
—No da igual.
—No, claro que no da igual… Pero ¿qué te pasa? Me miras como si… como si fuera una desconocida.
—Es que no somos los mismos.
—No, tú desde luego que no… —susurró con tristeza en un tono de voz que sólo ella misma fue capaz de escuchar.
—Las cosas no son así, Amy —continuó, y ella sintió un escalofrío al escucharle pronunciar su nombre otra vez—, no puedes venir aquí ahora y pretender que las cosas sean... no sé, como antes.
—Pero… —casi se mareaba, aquello parecía una pesadilla—, yo he dejado todo para venir aquí. Llevo 2 años buscándote, trabajando en todo lo que te puedas imaginar para conseguir dinero para encontrarte, para venir aquí. En todo. He hecho de todo, joder. ¿Cómo puedes decir que las cosas han cambiado y ya? ¿Cómo puedes olvidar el tiempo más importante de nuestras vidas?
—Cállate.
—¡No, mierda, no me voy a callar!
—¿Ves como tampoco eres la misma? La que yo conocí sólo callaría y se iría en silencio.
—Eso es mentira, y lo sabes. Tú lo sabes mejor que nadie. Y si no lo sabes… quizás no me conozcas.
—Claro que no te conozco, ni tú a mí.
—Pero qué dices…
—Tú lo has dicho, no te conozco. Sólo éramos adolescentes en un momento difícil, que se dejaron llevar, que cometieron errores, que perdieron la cabeza…
—Yo no perdí la cabeza.
—Yo sí.
Ella respiró hondo. No podía creerlo.
—Yo te quería… —dijo al fin.
Él suspiró de nuevo.
—No sabíamos lo que queríamos.
—Pero ¿qué mierda te ha pasado? ¿quién coño eres, Eric?
—¡Estabas muerta, joder! —dijo elevando el tono de voz por primera vez— ¡No puedes aparecer ahora, después de 3 años, y decir “Hola, Eric, estoy viva, y aún te quiero”! ¡No! ¡Las cosas no son así!
—No son así porque tú no quieres que sean —dijo ella con un tono relajado para apaciguar los ánimos.
—No son así porque el tiempo pasa… y la gente cambia.
—Pero yo aún siento lo que sentía —dijo intentando que no le temblase la voz—, si no, no estaría aquí. Es lo único que me ha mantenido con vida durante este tiempo, ¿no lo entiendes? ¿Qué ha cambiado? Dime qué ha cambiado dentro de ti, porque no lo entiendo, de verdad que no lo entiendo. No se puede olvidar lo que vivimos, no me mientas, sabes que no lo has olvidado, ¿o lo has hecho?
Él mantenía su gesto imperturbable.
—¡Maldita sea, Eric! ¡Contéstame! —dijo a la vez que daba un manotazo a la mesa.
—No me llames así.
—¿Me habías olvidado? ¡Mírame!
Él fijó la vista en la cristalera más cercana e intentó reprimir las ganas de llorar.
—¿Cómo iba a olvidarte? Joder…
Ella rompió a llorar.
—No deberías haber venido —dijo él—. Yo he rehecho mi vida… La persona que ves no tiene nada que ver con el chico que conociste.
—Mentira —dijo ella con lágrimas en los ojos—. Sólo deja que hablemos, aunque sea un rato… Déjame estar contigo.
Pero la verdad era que le miraba y ni ella misma le reconocía; si no fuera por esos ojos… y su recuerdo de ellos, ni sabría quién era. Sin embargo, algo dentro le decía que tenía que insistir, tenía que intentarlo porque, maldita sea, era él. Y lo era todo.
—Amy… —dijo volviendo de nuevo su mirada a ella, clavándole sus ojos—, yo ya no te quiero.
Y todo se detuvo.
Ella tragó saliva.
No. Mentira. Claro que me quieres, pensó. Y fue incapaz de levantar la vista de la mesa. Y el sonido de la gente que había en el bar pasó a ser un murmullo extraño que pitaba en sus oídos. Y los ojos verdes de Eric, o Mike, o quien quiera que fuera aquel chico, empezaron a desdibujarse, como todo lo demás, como los últimos tres años, como los cinco meses que pasaron juntos huyendo del mundo. Todo se diluía, como si nunca hubiera existido, como si hubiera sido un sueño.
—Es mejor que me vaya —sentenció él.
Y ella asintió con la cabeza, sin apartar su mirada de la taza de café.
Él se levantó, se puso el abrigo, pagó la cuenta y se perdió entre la gente, el ruido y los coches de las calles de Manhattan, para siempre.
No te quiero.
No te quería. Pero no me hubiera importado quererte. Iba a quererte. Tú lo sabías. Por eso me frenaste, porque se veía venir, veías que iba a quererte, y tú no querías quererme a mí. No quieres quererme, ni me quieres como yo a ti, que aunque no te quiera, algo sí que te quiero. Y creo que tampoco quieres que te quiera, porque quizás algo sí que me… “aprecias”. Apreciar: Reconocer y estimar el mérito de alguien o de algo, sentir afecto o estima hacia alguien. Eso dice el diccionario.
Quizás me aprecias algo. O tal vez sólo es pena. El aprecio pasó a ser pena. El cariño pasó a ser pena. El morbo pasó a ser pena. El amor en potencia pasó a ser pena. Yo pasé a ser un alma en pena. Tú… tú no me entiendes. ¿Por qué?
Escribo y canto, y toco la guitarra, para desahogarme sin llorar, para canalizar el dolor y que salga de alguna forma… y escucho música, aunque no me atreva aún con wonderwall hasta el final, y creo que tú tampoco. Bueno, piénsalo así, siempre nos quedará wonderwall. Quizás tú no seas como otros, como el cabrón anulador por ejemplo. O quizás sí. Quizás encuentres a otra, como Summer en 500 días juntos, y le entregues todo, y le cantes wonderwall como yo te la canté a ti, y tú a mí. Y le expliques lo que significa wonderwall. Quizás ella te salve y tú puedas sentir por fin, porque no sientes, no sientes nada. Tienes un problema dentro y no es de hormonas, es de sentimientos. Es de empatía y sensibilidad, y de… no lo sé, es de sentir en general, que no sientes. No te doy pena porque no puedes sentir eso tampoco, porque no sientes. Y aún así… me dicen que debería sentirme orgullosa… que nadie ha visto de ti tanto como yo, que nadie te ha tenido tanto tiempo ni en la forma en que te he tenido yo… Entonces… ¿de qué pasta estás hecho? Eres de piedra… no tienes corazón. Porque ni he visto nada ni he tenido nada. NADA. ¿Quién eres tú? ¿Y qué quieres de mí?
Ahora viene cuando debería de aprender a ir aterrizando
y desenvolver todas esas noches que no vamos a tener...
N=1
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¿Y por qué todo el mundo cree que volverás? ¿Por qué? ¿Y por qué yo lo deseo, aunque no lo crea? Mata mi esperanza de una hostia.
...