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lunes, 31 de diciembre de 2012

Mi tesoooro...


Cada vez soy más como este desdichado ser. Nib y Niebla no se alejan tanto de Gollum y Smeagol. Tampoco me extrañaría nada que un buen día una le empezase a gritar a la otra "Tenemos que matar al Hobbit".

A ratos ciruelo por encima de mis posibilidades, como diría Rajoy. Otros ratos soy más lúcida, recordando que no te puedes fiar de una criatura y mucho menos si te dice que te quiere mucho. De hecho, lo más peligroso de la frase es el "mucho".

Que el Hobbit se vaya del país es, posiblemente, lo mejor que podría pasarme. Se lo digo a mi parte ciruela, se lo intento decir de parte de mi lado racional, el que sabe que el Hobbit no me va a querer nunca más y que sus palabras son siempre tan ambiguas como sus actos. Bueno, querer... creo que sí me quiere. No creo que más de lo que pienso, como él dice, pero sí que me tiene un sentimiento quizás más fuerte que por otra gente. Es normal. Lo que he pasado con ese ser y lo que le he perdonado siempre de forma incondicional no es poco. Sería un jodido monstruo si después de todo no me quisiera. Y no es un arranque de narcisismo, creo que soy realista. Pero no lo he hecho porque sea buena persona, no lo he hecho porque creyera que es lo más justo o lo que tenía que hacer. No. Lo he hecho porque no era capaz de no hacerlo, porque lo he intentando mil veces, pero como dice una de mis canciones favoritas, "I try to live without you; every time I do, I feel dead". He intentado asumirlo muchas veces, lo he intentado con otros, pero no; son puta metadona que sólo sirve para pasar el mono un poco menos mal.

Pienso demasiado últimamente en que se puede retomar. Había desterrado ese pensamiento totalmente, pero bastan pequeños acercamientos para alimentarlo. Como otras veces, es una de cal y otra de arena, o una de arena y dos de cal, porque la mala es la cal, ¿no? Nunca lo he entendido, la arena me parece una puta similar, no te quema pero jode estarla masticando durante días, que se te quede en la ropa y en el pelo; te pica todo y no puedes concentrarte en otra cosa.

Sé que no puede ser. Sé que da igual que un día me diga que me quiere o que seré lo que más eche de menos si se va, o que cuando lo piensa quiere quedarse. No sé porqué lo hace, a lo mejor encuentra un placer enfermizo en ver cómo, aunque tenga un banquillo de payasos esperando detrás, sigo sintiendo que él se mea en la boca de todos ellos, que ya ni el Duendecillo le supone competencia, que es el jodido amo, que si se va, "me voy a morir".

Si se va, quizás lo que ocurra es que deje de estar tan muerta.

A veces lo pienso y siento una cierta admiración por lo que siento. Aunque sé que es enfermizo, pienso: "Ole tus sentimientos, que no han cambiado en tanto tiempo". Es una putada, quizás enfermizo. He aprendido a vivir con ello, como algo más, como mi enfermedad o las limitaciones que me produce. Cuando pienso en ello, me duele mucho. A ratos me olvido, otros me hundo.

No termino de asumir que se acabó, para siempre, de verdad. Lo hice a ratos, pero luego he deshecho lo andado. He de decir que no soy la única culpable; creo que él no se comporta de la forma más apropiada, y yo no soy lo suficientemente fuerte para alejarme. Tampoco lo suficientemente valiente para acercarme. Sigo pensando que ya se me pasará, pero luego me río, porque llevo años diciéndome lo mismo. Le tengo cerca, horas solos, hablando, se nos hace de día y yo sólo quiero recostarme encima de él y dormir. Pero siento miedo e intento pensar como esas chicas de 18 años de mi clase, que no le puedo tener pero no pasa nada, que debo conformarme con estar cerca. Ya he dicho que es un pensamiento adolescente. Adolescente, utópico, ridículo y sobre todo, torturador para una misma. Pero como olvidarle ha sido imposible, es lo que me queda: asumir que ya solo es para eso, para mirarle y, cuando pueda, olerle.


Yo no debía hacerle caso -me confesó un día el principito-; 
nunca hay que hacer caso a las flores, basta con mirarlas y olerlas.

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