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miércoles, 30 de mayo de 2012

El lugar del otro.




Tres han sido las veces en el mismo mes en que he acudido a una fiesta para celebrar tu maldita llegada al mundo. Es irónico, porque posiblemente seas el mayor desequilibrio de mi vida, o quizás, como tú dirías, soy un desequilibrio en mí misma. Sea como sea, estoy cansada de acudir a tus estúpidas celebraciones de cumpleaños que se prorrogan durante semanas, como una boda gitana.

Si hubiera dado antes con esta imagen, desde luego, ten por seguro que la tercera de las veces me habría presentado con algo parecido como presente. Ojalá, de verdad, pudieras pegar un trago a un cartón de estos y te volvieras sensible de repente. Ay, espera, he dicho sensible; puedes partirte el orto que, por lo visto, es una palabra que te resulta muy cómica.

Empiezo a pensar que crees que la definición de empatía de "ponerse en el lugar del otro" se refiere a que te pongas encima literalmente hasta aplastarle y ocupar su sitio. Eso explicaría muchas cosas, porque ahora no sólo te falta de esto, como antes, sino que los pocos temores que no me habían florecido aún respecto a ti, ya están aquí. Estás superando incluso al Duendecillo en generar desconfianza en mí: felicidades. Sé que te gustaría superarle de otra forma, pero nunca tendrás sus ojos, sus pecas ni su forma de follar. Sin embargo, lo has conseguido: no me fío una mierda de ti.



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