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martes, 19 de junio de 2012

Mi portátil ha muerto para terminar de arreglarme el día. Bueno, no ha muerto, pero da igual, no se enciende y me tocará llevarlo al servicio técnico a 100 km de aquí a una ciudad grande y hostil, en la que me perderé porque no tengo GPS, ya que mi B-phone me lo robaron cuando el Hobbit todavía me amaba, cuando me amaba mucho porque no le llegaba bien la sangre a la cabeza. Me había pasado esto más veces pero acababa solucionándose. Esta tarde funcionaba todo perfectamente, pero supongo que ha dicho que hasta aquí hemos llegado. Me cobrarán un riñón por ser la jodida manzana de mierda, y no puedo comprobar si el fallo es de la batería, del cable o de qué... porque la forma de hacerlo es pedirle el favor al Hobbit, o asesoramiento, pero no me siento con fuerzas para ello, estar a su lado es cada vez más insoportable y tener que estar tan cerca de él tanto tiempo ya parece una broma cruel del destino.

Sentados juntos, a sólo unos centímetros del otro, viendo el jodido partido de fútbol, rodeados de gente alienada y adolescentes retrasadas. ¿Por qué he venido?, me preguntaba yo una y otra vez. Y mis malos gestos hacia él cada vez son más, y la tensión es más, y todo es peor. Todo es rencor, dolor, sufrimiento... para mí. Cualquier frase suya me ofende, me atraviesa con lo más mínimo. Intento no mirarle, no le aguanto la mirada ya más de 3 segundos seguidos... Estoy desarrollando tantos puntos débiles que creo que en una gran paradoja espaciotemporal, un día me despertaré siendo invulnerable.

Lloro por mi ordenador portátil y su cable. Lloro porque ya no somos nada, porque vamos a odiarnos. Lloro porque soy gilipollas.

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