-->

jueves, 5 de abril de 2012

Crónicas absurdas de una expedición fallida III


Respirar es algo más fácil.

Me recuesto en mi lugar seguro, donde parece que el tiempo no pasa y las voces no me alcancen. Entonces lo escucho. Grita mi nombre. Es uno de mis compañeros de expedición, el más antiguo... con el que he recorrido tantos caminos, el que me ha ayudado siempre a subir montañas y me ha sujetado mientras las bajaba rodando. El que me intentó sostener cuando vino la tormenta, cuando el capitán de la expedición decidió descenderme de mi ¿privilegiado? puesto en su puto campamento. Mi más fiel compañero está gritando mi nombre en algún lugar, ahí fuera. Pero no me viene a rescatar, no. Me está pidiendo ayuda. ¡Niebla! Y suena tan desgarrador que no dudo ni un momento sobre ponerme en pie; cuando puedo pensar estoy retirando nieve de la entrada de mi cueva. "¡Voy!", grito a pleno pulmón. Y escarbo tan a prisa que pronto dejo de sentir las manos.

Me da mucho, mucho miedo salir de mi cueva, pero lo enfrento. Además, parece estar muy cerca. Sí, aquí está... se ha arrastrado casi hasta la misma entrada; él sabía dónde estoy.

Está herido. No sé bien cómo ha ocurrido, pero parece grave. Por eso es aún más irónico que lo primero que me diga al verme es que tengo mal aspecto y le preocupo, cuando a su alrededor la nieve es púrpura. Pero es él. Siempre él. Él siempre ha estado ahí. Cuando yo estuve tan herida como lo está él ahora, estuvo ahí, el primero, siempre.

-Vamos a salir de aquí, iremos a casa -le digo aguantando las lágrimas.
-Ya lo sé -me contesta-, si tú pudiste, yo puedo. Iremos a casa.

Pero yo aún no sé si pude. No sé si podremos.

1 comentario :

Chari dijo...

A veces, lo que nos da fuerzas para levantarnos, es saber que tenemos que ayudar a alguien que es importante para nosotros...