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lunes, 2 de abril de 2012

Derrumbe


Los envoltorios bonitos nos atraen a todos.

Mi refugio artificioso resultó ser eso, artificioso. No sirve de mucho encerrarte en un lugar con las persianas bajadas si no está insonorizado.

Me escondí en mi cueva después de la tormenta de nieve porque no soportaba seguir caminando con tanto esfuerzo, hudiéndome sobre mis propios pasos y viendo como se borraban las huellas que tanto me había costado caminar. Me escondí en mi cueva sin nada, sin provisiones, sin abrigo... solo con mi voluntad, con mis esperanzas de que cuando dejase de estar cansada, saldría y haría sol, la nieve se habría ido y podría caminar otra vez sin dejarme las articulaciones en cada paso.

Pude soportar las toneladas de soledad que se cernieron sobre mí durante días y también evité salir a la entrada a mirar cómo la nieve aguaba la comida de mi campamento. Pero escuchaba voces, escuchaba como voces extrañas llegaban a mi base y hablaban de llevarse todo. Querían llevarse todo lo que me había costado tanto tiempo reunir o fabricar... y yo sentía que era mi culpa; yo lo había dejado ahí.

Aún así, no salí... esas voces parecían no atreverse a tocar mi campamento que ya no era más mi campamento y por un momento respiré tranquila. Cuando se fueron, decidí hacer señales de humo pero no encontré con qué. También pensé en armarme por si regresaban, aunque seguramente unas piedras no harían nada contra las armas que sospecha que tendrían. Quería ser rescatada, ir a algún lugar lejano donde ya no necesitase las cosas de mi base, donde pudiera olvidar que un día estuve en esta expedición.

Como medida desesperada, grité. Grité que estaba sola y que necesitaba ayuda. Grité que no tenía apenas armas, que necesitaba ayuda. Pero no me atreví a salir, no me atreví a intentar recuperar nada... Nevaba tanto, hacía tanto frío, estaba tan oscuro...

Sólo transcurrieron dos días cuando desperté escuchando de nuevo esas voces. Algo en mi interior sabía que iban a volver, pero no quise asumirlo. Se habían metido en el campamento, se estaban llevando mis cosas. Al parecer, mis gritos les habían puesto al tanto de la situación y habían decidido aprovechar su oportunidad. No les veía, solo escuchaba. Escuchaba desde las paredes de mi cueva, donde todo el sonido entraba distorsionado. Interpretaba lo que decían. No veía lo que se llevaban, pero lo querían todo.

No me quedaban fuerzas para luchar, para escarbar en la nieve y salir con mi cuerpo semi-congelado piedra en mano a defenderme ante escopetas, pistolas y cuchillos dentados. No sé si puedo hacer algo para evitar que se lo lleven. Otras veces había luchado, había salido incluso sin nada, con el cuerpo a cuerpo como único arma. Pero ya no. No sé en qué momento exacto decidí dejar de luchar totalmente y rendirme. Sin embargo, es lo que he elegido.

Aquí, ahora, se acaba hasta el aire. La presión en el pecho se confunde con la sed y tengo alucinaciones con los recuerdos que conservo de lo que lo que fue mi vida en el campamento. Sé que saldré y estará todo arrasado; el campamento seguirá ahí, pero no será mío . Esas personas comerán y beberán delante de mí, usarán mis utensilios mientras yo termino de congelarme debajo de un talud porque con tanta nieve aún no puedo alejarme.

Y a nadie le importará. No podré volver a casa, pero a nadie le importará. Porque son mis propios compañeros los que están ahí fuera con las otras voces, son quiéneshan traído a esas voces extrañas que lo están arrasando todo mientras yo escucho, dentro de mi cueva, apretándome fuerte las rodillas contra el pecho y deseando que no esté pasando, o que se vayan y dejen algún resto por el que salir cuando salga el sol.

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