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lunes, 18 de febrero de 2013

Ensaladilla mental.

Hoy me he despertado dos horas antes de lo que había programado mi despertador. He escrito una entrada muy personal, sobre la enfermedad que pasé, que coincidió de pleno con mi principio con el Hobbit. Ha salido muy larga, aunque en algún momento la publicaré, pero me da la sensación de que da pena y de que además deja al Hobbit en un lugar bastante malo, así que al final me he echado atrás.

Me siento casi tan mal como el año pasado por estas fechas o como hace dos.

Tengo dos tipos de malos sentimientos, que realmente son las 2 caras de una misma moneda. Por una parte está el sentirme mal conmigo misma por haber hecho algo mal cuando las cosas podrían haber ido bien. Por otro lado está el de las cosas que no puedo controlar, como que él ahora esté en Madrid.

Puede que la cagase yo el sábado, es posible, sí, la cagué. Lo reconozco. Pero ¿quién puede vivir en este estado de tensión? Mi sensación es de volverme completamente loca y llegó un momento en el que ya no pude controlar tanta contradicción dentro de mí y estallé.

Sólo tengo ganas de llorar hoy otra vez.

Ni siquiera mi Juno, mi Pepito Grillo particular, supo qué aconsejarme. Vuelvo a ese estado en el que tengo que medir todo, todo lo que hago. Me apetecía quedarme pero no quería que se notase cómo pierdo el culo por él. Sin embargo, hice lo que hice, demostrándolo aún más. Decidme si no hubiera sido más natural quedarme con ellos sin decir nada, tomarme unas cervezas y dejarle que me acompañase a casa.

Lo cierto es que me derrumbé cuando me dijo que quizás no viniera este fin de semana. Culpa mía también, que debí de reflejar el sufrimiento en la cara porque casi lloro. Imbécil. No tengo otro adjetivo. O sí: patética.

Ayer me debatía entre el llamarle o no mientras iba en el bus, quizás pedirle perdón por mi comportamiento extraño, aunque muy Niebla, todo sea dicho. ¿Pero para qué? Si era solo para sentirme mejor yo. Con él lo empeoraría todo. Él se agobia antes esos comportamientos que sabe perfectamente de qué son fruto. Y son fruto de mil emociones reprimidas dentro de mí que no sé cómo expresar. A veces lo he arreglado llamándole, lo he arreglado hasta tal punto que le volví a tener. Pero el resto de las veces, suele ser para mal. Le agobio. Le vuelve esa sensación de que soy una persona complicada, inestable y, probablemente, caprichosa. No lo sé, todo esto son mis suposiciones. El hobbit es alguien con quien no puedes hablar porque huye. Huye, huye. No habla de las cosas, no habla en general. E igual que no habla, parece que no siente tampoco, salvo en contadas, contadísimas ocasiones. Y yo... yo no sé a qué a atenerme.

Quiero gritar, joder.

Ayer quería llamarle, pero sabía que no debía, por todo lo que he dicho antes. ¿Qué es mejor? Maldita sea, era imposible decidirlo. ¿Qué le iba a decir si le llamaba? No podía tomar la decisión. Juno, contra todo pronóstico, me dijo que lo hiciera. Me dijo que ya valía de no ser yo, que ya valía de medir todo, que fuera egoísta y si lo necesitaba le llamase. Llegué a decirle a Juno que iba a llamarle pero para decirle que no podía más y que fin, que se acababa, que no viniera ni en bus ni en tren ni nada, que yo ya no podía más, que estoy harta, que hiciera su vida en Madrid, que yo hiciera la mía aquí... Es ridículo, porque después de todo es lo que ya estamos haciendo. Juno me dijo que no, que no le dijera eso porque eso no era lo que quería decirle. Pero seamos serios, tampoco puedo decirle lo que quiero decirle. ¿Y qué quiero decirle? ¿Arrastrarme otra vez? ¿Cumplir con la tradición de febrero de montar el drama? No.

No le llamé. Me metí en la cama y puse el despertador y todo, para despertarme y llamarle, pero no lo hice. No le llamé.

¿Sabéis qué me pasa? Que no lo asumo. Que sabía que esto iba a pasar, que era el fin, que vendría un fin de semana o dos, y ya. Yo misma no venía de la ciudad de Juno por no soportar el tiempo en autobús y era una hora, ¡una hora! Que no es nada comparado con su viaje. Y le entiendo. Le entiendo porque yo tampoco le garantizo que vaya a verme si viene. Porque no viene por mí, porque no somos novios, no somos nada. Somos una gilipollas enamorada de un tío que es un bienqueda y que no sabe lo que quiere ni lo que siente ni sabe una mierda. Y yo no puedo más, joder, no puedo.

Tengo que terminar de montar la web para el rollo que he empezado últimamente, necesito tener algo para hoy, mañana como muy tarde, y no voy a poder, no puedo porque me falta ánimo.

Y me muero de ganas de llamarle otra vez, ¿pero sabéis por qué? Porque me siento muy mal y busco de forma desesperada sentirme mejor. Aún así, sé que llamándole no lo voy a conseguir (aparte de que está trabajando), pero busco, busco y busco desesperadamente la forma de sentirme algo menos mal. Y de que me diga que sí, que viene el viernes, y que prepare ese algo especial, o ese viaje de fin de semana, del que sé que no va a volver a hablar. Porque lo sé. Lo sé. Porque la cagué al volver. Siempre lo hago. ¿Pero hasta qué punto es mi culpa?

Joder.

1 comentario :

Desventuras dijo...

Hola Niebla, aquí estoy leyendo y pudiendo sentir muchas de las cosas que estás sintiendo tú.
He estado miles de veces en esa situación de sentirme mal por algo que hice o pasó, querer llamarlo para calmar mi malestar pero saber que si lo haces seguramente lo cagarás todo más porque esos seres maravillosos a los que tanto aprecio tenemos tienen la absurda idea de que somos caprichosas, que no sabemos lo que queremos y que nos rayamos demasiado.
Respecto a lo de llamarle o no yo coincido con la opinión de Juno de llamarlo pero no decirle que es el fin pero también te entiendo a ti porque es muy jodido querer decir algo pero saber o intuir que no puedes. :(
Mucho ánimo que seguro que sales adelante y con el paso de los días vas sintiéndote un poco mejor. Mucha suerte con eso de la web, mantenerse ocupada siempre ayuda. Un beso!
(RB) aunque no sé para que especifico si ya es obvio jajaja